81 | La crisis, el periodismo y el iceberg
La crisis de financiamiento expone quién puede sostenerse y quién no. Entre narrativas elitistas y discursos sobre calidad, las voces más frágiles podrían desaparecer del mapa.
Por Alejandro Gómez Dugand, director de La Liga
Esta es la segunda vez en menos de un mes que hablamos de la crisis que los medios y las organizaciones de la sociedad civil están viviendo. No es fácil dejar de pensar en terremoto en el que estamos luego de que el gobierno ElonTrump decidiera cortar de tajo trillones de dólares (eso son 12 ceros) de cooperación internacional. Una plata imposible de imaginar que se destinaba a ayudas humanitarias y al apoyo de la defensa de las democracias y los derechos humanos a través de USAID (Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional, que administra la ayuda exterior del país).
Seguro no será la última.
La situación es dramática: para el periodismo independiente —ya masacrado y agrietado por su propia crisis de financiamiento—, es un golpe letal. Escribo con una certeza que duele en el páncreas: este año, muchos medios podrían desaparecer o quedar reducidos a su mínima expresión. Y eso es alarmante: la desaparición de un ecosistema de información independiente supone un auténtico machetazo a la construcción de un país más justo. A pesar de los valientes esfuerzos por encontrar modelos de financiación alineados con sus valores y que no comprometan su ética y línea editorial, la dependencia de la cooperación internacional es innegable. Y ahora, cuando esos recursos se han reducido considerablemente, la incertidumbre sobre cómo sobrevivir —sin dejar a ningún colega atrás y sin entrar en dinámicas de competencia caníbal— nos rompe la cabeza y el sueño. Todo recuerda esa escena de Titanic, en el que el barco se va a pique y donde no hay suficientes botes salvavidas para todo el mundo.
En conversaciones con colegas nos vemos todo el tiempo tratando de darnos esperanza: “Es temprano para saber qué va a pasar”, “tenemos que saber qué hacer para salir de esto”, “esto no es irreversible”. Sin embargo, una conversación que tuve con una amiga a la que admiro —y que tuvo que congelar las actividades de la organización que dirige hace años luego de que le informaran que no le darían un grant que ya había ganado— significó un chequeo de realidad tremendo. “Esto no es irreversible”, le dije para tratar de darle algo que se pareciera a un consuelo. Su respuesta dejó clarísima la tontería que acababa de decir. USAID, me dijo, daba plata para programas de nutrición, para vacunas, para auxilios médicos. “Sin esa plata se van a morir niños y niñas de hambre y de enfermedades que se podían evitar con vacunas y acceso a la salud”. Esto, me dijo, ya es irreversible.
Es innegable el aporte que la cooperación internacional ha hecho para que el mundo sea menos doloroso. Y uno de esos aportes ha sido la aparición y el fortalecimiento de los medios independientes (que para efectos de la conversación quiero entender como medios que funcionan por fuera de los intereses comerciales y políticos de los dueños de la prensa tradicional) y la manera en la que esos medios le dieron a nuestros países una mirada más diversa y justa de la realidad. El acceso a la información no es sólo un derecho, sino que es además un derecho habilitante de otros derechos. Por eso no es raro que todos los fascismos ultra que empiezan a plagar los gobiernos del mundo (y los no tan ultra) les hayan declarado la guerra. No hay mejor escenario para el abuso y la brutalidad que la de un pueblo al que se le ha arrebatado el derecho a saber.
Y entonces, en eventos a puerta cerrada en que periodistas y directorxs de medios nos sentimos en la necesidad de reafirmarnos que para algo servimos, se empiezan a decir cosas como “al final el buen periodismo es el que va a sobrevivir a esto” o “tenemos que hacer lo que sea para salvar el periodismo de calidad”. Lo dicen como quien habla de las cucarachas después del desastre nuclear. Lo dicen así: como quien le dice a alguien que acaba de enterarse de una enfermedad que “dios sabe cómo hace sus cosas” o como quien se tatúa un “esto también pasará” en el antebrazo.
Los mantras vacíos, nos ha convencido el mindfulness, hace que el camino hacia el hoyo se sienta menos feo.
Y seguramente si se les pregunta a qué se refieren con eso de “bueno”, desempolvarán los valores sigloventeros del periodismo como la objetividad y la investigación profunda. Seguro, sin duda, hablarán de las narraciones maravillosas alimentadas por la lectura juiciosa del Boom latinoamericano y de Capote y de Tom Wolf. Seguro, si se les presiona, dirán que las tecnologías y las IAs y el factchecking. Seguro hablarán de quienes entendieron el mercado y fueron emprendorsísimxs y se volvieron expertxs en escribir propuestas para esa cooperación que hoy los abandona. Y se repiten: “que de esto salgan adelante los buenos medios: los que deverdadverdadverdad hacen bien el trabajo. Así sean solo dos”, ignorando de tajo lo groseramente elitista que es el comentario, lo desconectado con la realidad de la verdadera crisis de nuestro periodismo que es la que viven los medios y lxs periodistas que no viven en las grandes ciudades y que, seguramente, no saben qué viene siendo USAID o la Open o la Ford Foundation.
En Colombia hay más de 600 municipios sin medios de comunicación que produzcan información local y que viven en lo que la Flip llama “zonas silenciadas”. Lugares en los que las personas pueden saber a la perfección qué está pasando con la construcción del metro de Bogotá pero no qué ocurre 10 kilómetros a la redonda. Porque a esos lugares inmensos del mapa colombiano solo llega “el buen periodismo” que se hace desde las ciudades. Díganles grandes medios, díganles medios mainstream, díganles gran prensa, díganles periodismo corporativo. Un “buen periodismo” que en buena medida son “buenos” porque le pertenecen a señores (todos siempre señores) que son dueños de empresas que venden gaseosas o que vendieron cervezas y que durante años minaron la plata que la pauta, los anuncios clasificados y la venta de papel les daba. Un “buen periodismo” que de más en más fue retirando a sus corresponsales de las zonas alejadas de la grandes urbes y que, de más en más, dejaron en silencio a zonas donde ocurre, realmente, el país y donde ni el mercado ni la cooperación ha logrado llegar.
Zonas donde, como acto de resistencia, la propia comunidad (en su mayoría personas que tienen ya un rol de liderazgo social en sus comunidades) ha decidido ejercer el oficio por fuera de los “buenos medios” y hacerse de las herramientas que sí tenían a la mano —páginas de Facebook, megáfonos, reuniones de vecinos, radios comunitarias y piratas— para hacer el trabajo que “el buen periodismo” dejó de hacer por falta de plata o interés. Esta forma de periodismo cívico es un espejo de sus consumidores, forja una conexión auténtica y participativa que refuerza el acceso a la información política y a la participación democrática. Este no es el periodismo que enseñan en la universidad de Columbia. A este periodismo no podría importarle menos las pirámides invertidas y las dobleús gringas. Y por eso, porque no se acomoda a las categorías de los premios de periodismo y porque no caben dentro de los manuales que se le embuten a estudiantes en salones de las universidades, para muchxs se tratara de un “mal periodismo”. Un periodismo tan activista, dicen. Un periodismo tan populacho, fuchi. Desconociendo, de nuevo, que cuando pretenden hablar de calidad hablan, en realidad, de clase. Desconociendo que cuando las personas narran sus propias experiencias, desde sus propias narrativas y estéticas, se rompe el molde elitista y se abren caminos para que voces privadas de educación universitaria o formación convencional —que les fue negada por un sistema excluyente— cuenten el mundo desde su realidad y, así, nos entreguen una versión más ajustada, densa y diversa del país.
Y mientras los medios independientes, que en sus no más de quince años de existencia han podido sacar del todo la cabeza a flote, nos vemos en la obligación de reinventarnos de nuevo la manera de seguir adelante; y los grandes medios analizan Excel en mano cómo hacer sostenibles sus empresas de comunicación, al periodismo cívico y comunitario se le suma un lastre más en su difícil camino de hacerse un lugar en un ecosistema empeñado en privarles la entrada.
Y así, esas reuniones a puerta cerrada estarán protagonizadas por los que van a sobrevivir al naufragio que es esta crisis. De nuevo el Titanic, donde a pesar del grito de la tripulación que pide a gritos que sean las mujeres y los niñxs que se monten de primeras, los botes se llenan de quienes pagaron primera clase. Es probable que sean ellos los que sobrevivan. Llegarán golpeados, no lo dudo, pero lo harán flotando en los botes salvavidas que sus privilegios y las dinámicas elitistas y excluyentes del mercado les han garantizado mientras, atrás, el resto del Titanic, lleno del resto de los pasajeros, se va a pique.
A menos de que hagamos algo.
Yo recomiendo… ir más allá de las cifras
Por Melina Miller, pasante
En Alemania, de dónde soy, hablar de violencia contra periodistas significa leer cifras de amenazas y asesinatos de periodistas, y escribir un artículo sobre la precarización de la profesión. En general, no implica un ataque personal (aunque hay excepciones). En cambio, en Colombia, hablar de este tema sí puede significar que lo estés experimentando tú mismx, dependiendo de la región, del tema y de la situación.
¡Qué fuerte! Al terminar esta semana le hablaba a mi novio sobre esto. Acompañar a Jeanneth en el proceso de reportería de “Periodismo en fuga” —la historia que publicamos la semana pasada y que les recomiendo leer— fue un reality check para mí.
En Berlín, ya había hecho talleres con Reporteros Sin Fronteras. Todo desde la teoría, pero ahora he podido ver esa violencia de cerca. En Colombia, Reporteros Sin Fronteras realmente ayuda a periodistas a salir del país para evitar que sean asesinadxs; lxs ayuda a crear otra vida, en un lugar al que se vieron obligadxs a trasladarse.
En las últimas semanas tuvimos entrevistas con periodistas afectadxs, leímos reportes e interpretamos cifras. También fuimos, el lunes pasado al lanzamiento del informe anual de la FLIP sobre la violencia contra la prensa que consta el número de la revista Páginas y que titularon “Bajo todos los fuegos: periodismo y nuevas guerras en Colombia”.
Los datos de 2024 reflejan “un récord negativo y trágico”: un total de 530 ataques dirigidos a 330 comunicadores en todo el país. Detrás de esas cifras hay personas sufriendo estas dinámicas violentas y en el evento participaron invitadxs que dieron rostro a esos números.
Un periodista de Caquetá mencionó, por ejemplo, el caso del Catatumbo, donde por el momento, el periodismo no es posible. Por lo menos no un periodismo que cubra el conflicto y lo que pasa en la región. Entonces, ¿para qué hacemos el periodismo sino para cubrir la realidad?
Durante el proceso de investigación, me llamaron la atención las conversaciones con las personas afectadas: como Carlos Pérez que se ha visto obligado a salir varias veces de su pueblo por amenazas de diferentes grupos armados. O la conversación con Laura Ardila que salió fuera del país, pero que admite que le cuesta mucho definirse como “exiliada” “No hay garantías”, dijo Carlos Pérez, y eso me va a quedar en la mente para siempre.
Debemos reconocer los riesgos que lxs periodistas enfrentan cada día y admirar su coraje, pero, sobre todo, debemos seguir exigiendo que se les proteja mejor y se cree un ambiente político en el que tales amenazas y agresiones sean una absoluta excepción.
Un vistazo a nuestros aliados
Por Luna Robayo, pasante
Les invito a empezar su semana mirando estos trabajos de la alianza:
Fotografía
“Yolúja” es un trabajo de Fernanda Pineda, publicado en Baudó AP, que nos sumerge en los procesos sociales nacidos frente a la extracción de carbón en la Guajira. Con una mirada crítica, resalta cómo las injusticias de las prácticas extractivistas han afectado a las comunidades locales.
Un artículo
A finales de enero se realizó en Cartagena el Hay Festival, pero también el Festival del Frito. ¿Y eso cómo se vivió? Gabriela Herrera retrató el ambiente de la ciudad amurallada durante una de sus semanas más agitadas y lo publicó en Cerosetenta.
Una guía
Consejo de Redacción publicó esta Guía breve para mujeres periodistas, un recurso especialmente útil para quienes estén buscando ejercer su labor periodística con enfoque de género. Incluye directrices y recomendaciones específicas para el periodismo de campo en zonas de conflicto. Pueden descargarse esta y otras guías aquí.