79 | Asfixia
Con un chasquido de dedos, Trump congeló abruptamente toda las subvenciones y programas esenciales para sostener programas de derechos humanos en todo el mundo. ¿Cuál es el panorama para Colombia?
Por Jonathan Bock, director de la FLIP
El 25 de enero y los días siguientes, centenares de organizaciones de la sociedad civil en Colombia y en el mundo recibieron correos con este mensaje: “Como probablemente sepas, el Presidente de los EE. UU. emitió una Orden Ejecutiva a principios de esta semana, titulada ‘Orden Ejecutiva sobre la Revisión de los Programas de Asistencia Extranjera’. Debido a estos eventos, nos vemos obligados a pausar todas las actividades en el proyecto en el que participas. Esto incluye suspender todos los contratos, incluido el tuyo. Por ello, te pedimos que suspendas de manera inmediata todo el trabajo.”
El chasquido de dedos de Trump se transformaba en una aplanadora. Abruptamente se detuvieron subvenciones y programas esenciales para sostener programas de derechos humanos en todo el mundo. Organizaciones de la sociedad civil fueron puestas en jaque e inmediatamente pasaron a enfrentar riesgos reales para su supervivencia. Y esto es apenas la descripción de la punta del iceberg. Necesitaremos más tiempo para comprender el impacto real de la decisión de Trump y también para saber si las acciones jurídicas y políticas que se adelantarán durante los próximos 90 días lograrán modificar o moderar la orden presidencial.
“Esto llega en un momento de crisis en el sistema de financiación de las ONG por varias razones: los diezmos de las iglesias europeas bajaron; muchos recursos se fueron a la protección de víctimas de las guerras en Ucrania y Gaza; y los gobiernos presionaron para que la cooperación fuera más gobierno a gobierno que a través de la sociedad civil. Si ahora también se esfuma la de USAID, el espacio de la sociedad civil que delibera, critica y propone se estrechará”, escribió este domingo Juanita León en su editorial para La Silla Vacía.
La cooperación de Estados Unidos ha sido el principal financiador del desarrollo en Colombia, el país latinoamericano que más depende de ella. Esa es una incómoda realidad. Quizás la mayor contradicción a la hora de hablar de soberanía nacional es entender que, sin el dinero de Estados Unidos y de otros países, la defensa de los derechos en Colombia puede estar condenada a desaparecer.
Sin embargo, el hecho de que la sociedad civil se haya fortalecido gracias a esos recursos extranjeros no puede de ninguna manera poner en duda o desconocer que, a lo largo de las últimas décadas, los destellos de resistencia y rebeldía ciudadana han permitido emprender numerosas luchas para responder a problemas urgentes como la pobreza, la desigualdad, la libertad de expresión o la defensa de la protesta social.
Recordar esto no solo responde a la crisis económica, sino sobre todo al hecho de que el trabajo de defensores de derechos humanos y de organizaciones ha estado en los últimos años bajo ataque constante: enfrentando restricciones administrativas, legales y siendo blanco de todo tipo de ataques que ferozmente buscan deslegitimarlas.
Es previsible que, tras la retirada de Estados Unidos como principal financiador de la sociedad civil colombiana, estos discursos se multipliquen. Algo que ya está sucediendo. Elon Musk escribió en su cuenta de X que “USAID era una organización criminal” y Nayib Bukele dijo que “cortar la ayuda de USAID no solo beneficia a Estados Unidos, también es una victoria para el resto del mundo”. Ese será el coro de la nueva narrativa que tiene muy clara la intención de dividir las sociedades entre “nosotros” y “ellos”, entre patriotas y enemigos, y así reconocer derechos a unos y negarlos a los otros.
En el transcurso de las próximas semanas, podremos conocer mejor cuál será la nueva normalidad y la realidad frente a las fuentes de financiación. Pero, sobre todo, resultará fundamental que las organizaciones que trabajamos por el espacio cívico abramos una conversación sobre nuestro futuro, para recordar que la democracia colombiana tiene una relación intrínseca con la sociedad civil y con el espacio cívico. Además, es necesario volver a decir que este clima de asfixia requiere encontrar respuestas, y que esas respuestas están ligadas a los valores que nos han movilizado: solidaridad, colaboración y justicia.
A usted que llegó hasta acá (esta vez no al final)… y entonces fuimos seis
El problema es creer en Tintín, en Peter Parker o en cualquier retrato joliubudense que muestre a lxs periodistas como héroes solitarixs.
El problema es pensar que lo que hacemos no es el resultado de muchas personas que se reúnen con una misma idea.
Llevo años en este oficio, y jamás he visto a unx colega encerrarse en su casa solx, ponerse una bata de cuadros escoceses, alimentarse solo de pizza fría y café, y tener un corcho en el que junte chinchetas con hilos de lana roja para conectar fotos de personas y recortes de prensa. El problema es pensar que el periodismo es un trabajo solitario. Esa idea romántica, tan gringa y tan Marvel, desconoce lo que quizá es más emocionante de este trabajo: que el periodismo se hace en colectivo. Al menos, el bueno; al menos, el que me importa.
No hay mejor momento que cuando uno lanza una idea débil y cruda en un comité editorial y de golpe alguien del equipo la convierte en una realidad brillante. No hay mayor alivio que levantar la cabeza del teclado y ver cómo otra persona te resuelve un primer párrafo. Pobre bobo Tintín y lxs periodistas de los cómics que no se tomaron una pola con colegas un viernes.
Por eso, esta semana estamos de celebración. Porque lo que durante el último año fue de tres, ahora es de seis. Hemos crecido, y estamos felices. El periodismo es mucho más que historias contadas desde una torre de marfil; es el trabajo diario, a veces caótico, de aquellos que se niegan a dejar que la verdad se oculte en los márgenes. En La Liga Contra el Silencio creemos en lo colectivo, en la fuerza de las voces diversas y en el poder de mirar donde pocos se atreven. Así que bienvenidas, Natalia, Luna y Melina. Las dejo para que se presenten por sí mismas.
De vuelta a una nueva casa
Por Natalia Ospina, Coordinadora de proyectos y estrategia
Soy Natalia y me he mudado de casa doce veces en toda mi vida. Desde pequeña lo consideré como algo normal, cada mudanza era una oportunidad para hacer las cosas diferente. La costumbre por el cambio constante y la curiosidad por conocer muchas caras del mundo me llevaron a estudiar Antropología, después Artes Visuales y luego una especialización en Economía. Me sentí, otra vez, mudándome de casa, sin poder decidir en cuál quedarme, porque lo cierto es que me gustan todas. Me encanta escuchar historias y hacer preguntas. Veo los números en colores, quizás por eso no le tengo miedo a las matemáticas ni a las tablas de Excel. A veces me sueño con imágenes abstractas que terminan plasmadas en un lienzo o una libreta de apuntes.
Esta mezcla extraña que, además de generarme varias crisis de identidad, me ha llevado a lugares insospechados. Durante los últimos cuatro años trabajé en Camino, un estudio de comunicación enfocado en el cambio social, donde aprendí —resumámoslo así— a construir. Antes de esto trabajé en Mutante y antes en El Malpensante [dos medios que integran La Liga], donde pude explorar universos visuales y apasionarme por las letras y lo que ellas comunicaban. Todos estos lugares, que también se han sentido como casas, me permitieron explorar muchos rincones de mi ser, descubrir nuevos intereses y aprender de personas increíbles que me mostraron mundos que nunca pensé conocer.
Esta semana llegué a La Liga Contra el Silencio con emoción por sumarme a esta poderosa alianza y poner mi capacidad creativa y estratégica al servicio del periodismo independiente. Sueño, también, con explorar la frontera entre el arte y el periodismo, pues intuyo que pueden ocurrir cosas poderosas. A pesar de que esta es también una nueva casa, algo se siente familiar: la certeza de que lo que haga en mi vida siempre estará guiado por la búsqueda de un mundo más justo, más libre y en donde prime siempre la humanidad.
Las palabras del español
Por Luna Robayo, pasante.
Creo que el colosal catálogo de palabras del español podría seguir expandiéndose hasta los confines del espacio-tiempo. Podría volverse cada vez más preciso y variado. Podría yo quedarme el resto de la semana, del mes, de la práctica o de la vida buscando las palabras exactas que retraten lo que veo en mí y lo que quiero decirle a los demás. Podría hacer una lista de adjetivos: budista, feminista, cuir, vegetariana, cinéfila, estudiante, editora. Nada de eso resolvería la cuestión fundamental: que en la comunicación, el mensaje resultante rara vez se corresponde con la intención inicial. Por mucho que nos esforcemos por hacerle ver a los demás lo que con tanta nitidez percibimos nosotros, hacerse entender es una labor que nunca deja de aprenderse. Mis cortos años contando historias me han enseñado que es improbable encontrar las palabras perfectas, y que además es una receta que invita a la frustración eterna. Si no puedo decir exactamente lo que quiero decir, aspiro a acercarme lo más que pueda.
Nací en La Soledad, mecida por palabras. Desde antes de tener consciencia mis papás me leían. Desde que tuve la capacidad comencé a escribir y a leer yo misma, y desde que tengo uso de memoria he gravitado hacia las historias en todos sus formatos. Al terminar el colegio, como no me sentí capaz de renunciar ni al cine, ni a la escritura, ni a la música ni al periodismo, terminé estudiando la única carrera que me permitiría probar todos esos mundos: Narrativas Digitales en la Universidad de los Andes.
Queriendo esconderme en la ficción tuve la suerte de nacer en un país que te separa los párpados a la fuerza y te obliga a mirar la realidad. Aterricé en este equipo porque creo que defender la libertad para comunicar es defender la facultad misma de ser humano. Mi esperanza en La Liga es seguir por la cuerda floja de la realidad, sin perder el equilibrio ni soltarle la mano a la ficción.
Desde Alemania, buscando responder preguntas
Por Melina Miller, pasante.
¡Un gusto! Mi nombre es Melina Miller y tengo 27 años. Soy periodista y también soy estudiante de la maestría Conflicto, Memoria y Paz en la Universidad del Rosario en Bogotá. Justo por ese objetivo vine a Colombia en agosto del año pasado. Soy alemana, de una ciudad pequeña en la “Selva Negra” en el sur del país, y aunque mi estancia en Colombia no es la primera en Latinoamérica (antes estuve un año en Bolivia y Perú), seguramente es distinta.
En los últimos seis meses he aprendido mucho, sobre todo de las heridas profundas que causó y sigue causando el conflicto armado interno en la mente de la gente, y también de las dificultades en el camino hacia un futuro diferente. A mí, desde “afuera”, estar en Colombia me hace preguntarme si el país puede ofrecer buenas condiciones para resolver a largo plazo el conflicto y la corrupción, y si la política es fiable y quiere lo mejor para su pueblo o le más importa retener del poder. En mi pasantía en La Liga contra el Silencio busco más respuestas a mis preguntas.
Estoy segura de que puedo aprender mucho en mi tiempo como pasante y profundizar no solo mis conocimientos sobre ese país lindo y complejo al mismo tiempo, sino también sobre el periodismo de investigación y el periodismo valiente. En Alemania, la libertad de la prensa es parte de las leyes fundamentales del Estado y tiene alta prioridad, pero igual crecen las amenazas por la desinformación y la influencia de personas con muchas herramientas para diseminarla. Eso me motiva aún más para ser una excelente periodista, sea en Alemania, en Colombia o en cualquier parte del mundo, y me alegro de poder aprender del equipo de La Liga.