72 | Sentirse interpeladx
Las recientes discusiones sobre las violencias contra niños, niñas y adolescentes nos muestran muchos ángulos que urge abordar. Más allá de las “polémicas”, hay historias que nos interpelan.
Por Viviana Vargas Vives*, sobreviviente de violencia sexual, abogada feminista, defensora de los derechos humanos y de los derechos de las mujeres y las infancias, y coordinadora de género y diversidad del Ministerio del Interior.
En la última semana, los temas relacionados con la violencias contra los niños, niñas y adolescentes han estado muy presentes en el debate público: primero fue la polémica por la canción “+57” del grupo de artistas de reguetón y su frase “una mamacita desde los fourteen” (que luego de las críticas cambiaron por eighteen); el rechazo al nombramiento de Hernán Giraldo —jefe paramilitar muy conocido por su fama de violador de niñas— como gestor de paz; y la buena noticia de la aprobación en el Congreso de la ley que prohíbe el matrimonio infantil.
¿Como sociedad estamos más conscientes de las violencias contras las infancias y adolescencias, contra las violencias de género, contra las violencias hacia las personas LGBTI, y protestamos y nos indignamos más?
Estas conversaciones son cada vez más visibles en la opinión pública y tienen más cubrimiento por parte de los medios de comunicación, y esta percepción de mayor conciencia o preocupación no es accidental, esto es producto de un activismo político y social, de la movilización durante décadas, desde el siglo pasado, de un activismo político insistente, que cada vez ocupa más espacio dentro de los Estados, dentro de los medios, dentro de la conversación en la agenda pública.
Esto no se puede mirar solamente como una expresión social espontánea y producto de las sensibilidades humanas porque las sensibilidades humanas siempre han estado habitándonos, sino que es la expresión de una lucha social.
A esto se suma la mayor presencia de medios alternativos y medios feministas, que están permanentemente evidenciando cuán sistemática y reiterativa es la violencia que sufren niños, niñas y adolescentes, mujeres y personas LGTBI. Esto ha propiciado una indignación colectiva que surge de una nueva conciencia, no porque estas violencias ocurran ahora, sino porque antes no existía un cubrimiento específico que les diera preponderancia y protagonismo. Ese cubrimiento empieza a generar indignación en la sociedad.
Y no se trata solo de informarnos. Al conectarnos con las noticias sobre violencias, se genera en las conversaciones digitales algo que nos hace sentirnos mucho más interpelados por estas historias.
Es parte de la lucha feminista instrumentalizar la inmediatez y la masividad de las comunicaciones digitales en favor de los derechos de las mujeres y las niñas. Al amplificar las voces de denuncia, logramos que las denuncias lleguen a más personas y que más personas conecten con esos hechos de violencia. Frente a una justicia lenta y una impunidad del 97 % en delitos de violencia contra las mujeres, las infancias y las personas LGBTI, las plataformas digitales y las nuevas formas de comunicación han permitido movilizar otros actos de reparación para las víctimas.
Crédito: Alberto Montt.
Sobre “+57”
“+57” es una radiografía de la cultura urbana contemporánea, pero evidencia contradicciones entre sus mensajes de libertad y las estructuras patriarcales que perpetúan. Si bien celebra aspectos positivos de la identidad cultural y la juventud, su narrativa denigra la humanidad al trivializar la autonomía femenina y reforzar estereotipos cosificadores. La industria musical y los artistas tienen una oportunidad única de asumir un rol activo en el cambio cultural, promoviendo discursos que dignifiquen a las personas y fomenten relaciones basadas en el respeto y la igualdad.
La conversación sobre la canción no puede volverse una conversación elitista, clasista y pretenciosa sobre lo que es o no arte, lo que es o no música. Creo que el reguetón tiene un valor cultural importante porque refleja realidades sociales, políticas, culturales. Pero aquí se mezcla la apología a la pedofilia y a la hipersexualización de niñas y adolescentes, y eso ha sido transversal a todas las expresiones artísticas, al cine, la literatura, el arte visual, etcétera. Lo que pasa es que en el reguetón todo es mucho más crudo y explícito.
Siento que hay un tema que trasciende esto: es como si en este país, tan dividido por tantas cosas y donde el discurso de odio y el discurso político divisorio están muy latentes, el deporte, la cultura y la música fueran de los pocos escenarios que unen al país para ofrecer momentos de alegría. Había una expectativa colectiva frente a esta colaboración —que reunía a los exponentes más importantes del reguetón en nuestro país— y lo que iba a representar. Existía la esperanza de que esta colaboración fuese un símbolo patrio. Sin embargo, cuando esa expectativa se choca con la realidad y coincide con las conversaciones públicas sobre temas como la trata de personas, la explotación sexual de niños, niñas y adolescentes, y las violencias basadas en género, surge una decepción. En un momento en que esa indignación está presente en la agenda pública, ver una creación artística que enaltece, de manera explícita, el contexto que propicia esas violencias deja un sabor amargo.
Pero lo que me parece más valioso e importante de esta polémica es que muestra la urgencia de tener nuevas y mejores razones para sentir orgullo nacional, y que esas expectativas son colectivas. Cada vez una mayor parte de la sociedad quiere romper, rechazar o distanciarse de la caricaturizada y vulgarmente llamada “cultura traqueta”, que se ha convertido incluso en un símbolo de la cultura “pop” colombiana exportada al extranjero. Esta representación asocia a nuestro país con una estética e idiosincrasia del narcotráfico, idealizando la ilegalidad, la vanidad, los excesos, la explotación de niñas y mujeres, y el dinero fácil.
Creo que cada vez nos estamos exigiendo, como colombianxs, que se nos muestre y se nos represente de maneras y por razones distintas. Esto también refleja que estamos preparadxs para superar el karma histórico que nos ha impuesto el narcotráfico, la guerra contra las drogas, el conflicto armado, la desigualdad social y las violencias, así como todas sus implicaciones socioculturales. Estamos, al menos en el ámbito de lo “representativo” y de la conversación pública, empezando a decir NO MÁS.
Esperemos que esta conversación empiece a cruzar las puertas de nuestras casas y que esta “polémica” comience a materializarse en coherencia.
*Testimonio escrito con base en una entrevista realizada por Jeanneth Valdivieso, editora y coordinadora periodística.
Come! Con Stephanie Bonnin
Casi abogada, casi diseñadora gráfica, pero hoy la definen tres palabras: cocinera, colombiana y caribe. Es barranquillera, pero vive en Nueva York, donde recorre mercados asiáticos para encontrar camarones secos y poder prepararse un arroz de camarón seco como el que se hace en La Guajira. Muchxs la conocieron cuando Vice hizo un reportaje sobre cómo, en pandemia, empezó a vender comida colombiana desde la ventana de su apartamento. Hablamos con ella sobre ingredientes, sobre viajar para ir a encontrarlos, sobre cocinarlos, ponerlo todo en un plato y, así, poder contar una historia.
Para ella, la cocina se construye bajo tres pilares: la nutrición, la medicina y el ritual. El éxito de un plato, más allá de la destreza del cocinerx, siempre dependerá de sus ingredientes. Tratar esos ingredientes es dejarlos hablar, interpretarlos y respetar su contexto.
No le gusta la palabra “descubrir” al hablar de ingredientes, porque le suena colonialista; prefiere la idea de entender las tradiciones que los rodean.
Para quienes cuentan países como los nuestros, nunca hay que olvidar que somos países de regiones, no un solo país. Parece simple, pero no entenderlo explica por qué nos cuesta tanto narrarnos y entendernos desde la diversidad.
En la cocina se habla mucho de los sabores tradicionales —dulce, salado, ácido, umami— pero poco de la nostalgia. “Por eso el guiso de tu abuela sabe tan rico y, para ti, es el mejor del mundo”. En periodismo hablamos mucho de rigor, verdad, datos, pero tan poco de justicia, belleza y cuidado.
La cocina, dice, es alquimia pura. En ese proceso, el amor es un elemento esencial para lograr la transformación que queremos.
Un plato no está listo, afirma, hasta que se emplata y todo dialoga en un solo lugar: no se ponen maticas de adorno que no sirvan para contar la historia. No le pongamos adornos a la historia; dejemos que se cuente sola.
Yo recomiendo… tres estrenos en audio/video para no perderse.
Lxs latinxs en España están ocupando un espacio innovador en la cultura, y todo ese mundo lleno de talento y de historias personales y profesionales está siendo registrado —con variedad de acentos y nacionalidades— por Las Cosmos, un espacio en redes (Instagram, TikTok, YouTube, newsletter en Substack, Telegram), donde las historias diversas de identidades mixtas y las raíces de cada cosmolatinx se celebran.
Están estrenando su videopodcast. Así que invitadísimxs a consultarlo aquí.
Anfibia y El País lanzaron la segunda temporada del podcast “Sin Control. El Universo de Javier Milei”. Ya están al aire los dos primeros episodios. Puedes encontrarlos en este enlace. Ahí también puedes escuchar los de la primera temporada por si no lo habías hecho.
Es un buen momento para adentrarse en el mundo del presidente argentino que pronto cumplirá su primer año en el cargo. Este trabajo en audio analiza la controvertida figura del mandatario, se acerca a quienes lo apoyan para mostrar qué hay detrás de ese respaldo y relata cómo ha cambiado en Argentina en este tiempo.
Y si son seguidorxs de este Boletín saben que somos muy fans del podcast “Grandes Infelices”, que cuenta las luces y sombras de grandes novelistas con un estilo que engancha desde el primer momento. Lanzaron hace poco su nueva temporada y ya están al aire los dos primeros episodios, sobre Elena Garro y J.D. Salinger. Pero el episodio especial, Tinta Invisible, publicado entre las dos temporadas, es el que en realidad quiero recomendarles: reúne cuatro pequeños relatos entretejidos con la vida personal del director del podcast, Javier Peña, que muestran cómo la literatura nos cambia la vida. Todxs —creo– podemos tener una historia así. ¡Escúchenlo!
Jeanneth Valdivieso Mancero, coordinadora periodística y editora.
Un kiwi* reflexiona sobre: Inundaciones, el ELN y quién realmente se encarga de la respuesta ante desastres.
[*N. del K.: Para quienes no lo sepan, ‘Kiwi’ es la manera en la que se refieren a las personas que nacimos en Nueva Zelanda. Y por si tampoco lo sabían, el Kiwi, un ave de 45 centímetros de alto, es el ave nacional de mi país.]
Cuando vimos las imágenes hace varias semanas de las inundaciones en Valencia, todos quedamos devastados por los daños y el impacto creciente que el cambio climático tiene en nuestro mundo. Recuerdo haber pensado en la fuerza del agua: un recordatorio destructivo, pero necesario, de cómo la naturaleza, al final, nos controla a nosotros, y no al revés como quisiéramos creer.
Y no mucho tiempo después grandes partes de Colombia comenzaron a sufrir eventos climáticos extremos similares, desplazando temporalmente a miles de familias y llevando a Gustavo Petro a declarar un desastre natural.
Pero, tristemente, la respuesta de Colombia a la crisis climática enfrenta un problema que España no tiene: el ELN. Durante cinco días en el Chocó, decenas de miles de familias quedaron aisladas de la ayuda gubernamental porque el grupo guerrillero, que controla amplias zonas del departamento, negó la entrada de asistencia estatal a las comunidades mayoritariamente afrocolombianas e indígenas que viven en pequeños pueblos alejados de los grandes centros de abastecimiento.
Esta es la tercera vez en 2024 que el ELN ha bloqueado la ayuda gubernamental en el Chocó, dejando a unas 45 000 personas confinadas sin los bienes básicos que tanto necesitan, en lo que ya es una de las regiones más pobres y afectadas por el conflicto en Colombia.
Aunque se acordó un corredor humanitario temporal el martes 12 de noviembre, permitiendo que la ayuda llegara a las comunidades afectadas, los días de retraso y las interrupciones repetidas en 2024 demuestran cómo las negociaciones de paz desempeñan un papel raro pero crucial a medida que Colombia enfrenta una creciente variabilidad climática y desastres naturales.
Tanto en España como en Colombia, las imágenes de los daños causados por las inundaciones invadieron internet, junto con los primeros esfuerzos de limpieza. En las últimas semanas, he escuchado a muchos colombianos elogiar el esfuerzo comunitario en la limpieza de Valencia, destacando siempre el lado hermoso de la humanidad que surge en momentos como estos. Pero, ¿por qué nadie dice lo mismo del Chocó?
A pesar de que líderes locales del Chocó expresaron a los medios su gran alivio al recibir finalmente la ayuda gubernamental, los reportajes mostraron a las personas en el Chocó como víctimas pasivas de la inundación, indefensas sin la asistencia gubernamental o humanitaria.
Lo que resultó particularmente notable en ambos casos fue la ausencia de trabajadores de rescate y grupos de ayuda. Aunque hubo/hay ONG presentes en ambas situaciones, esto me recordó que, en realidad, son las personas locales quienes hacen la mayor parte del trabajo.
Muchos estudios han analizado cómo el "complejo industrial humanitario" se posiciona como el héroe en situaciones como las de Valencia y el Chocó, cuando en realidad son los locales –doctores, ingenieros, profesores y vecinos – quienes representan más del 90 % de los esfuerzos de respuesta ante desastres.
Si bien Colombia tiene mucho trabajo por hacer para evitar que grupos como el ELN bloqueen la asistencia gubernamental en futuros desastres ambientales, esto debe servir como un recordatorio necesario: aquellos en el Chocó, Valencia o incluso Gaza no son las víctimas indefensas que los medios suelen retratar.
Timothy O’Farrell, redacción.
A usted, que llegó hasta acá… Dejar X
Nunca estuve mucho en X y esta semana, luego de que varios colegas y medios como The Guardian del Reino Unido y La Vanguardia de España, decidí ya no estar del todo, y cerré mi cuenta. Lo hice en buena medida porque el hecho de que Elon Musk, miembro del gabinete de Donald Trump, sea el dueño me hace ruido. Porque aunque entraba poco ahí, en ese poco tiempo pude ver cómo el algoritmo empezaba a cambiar para mostrarme el mundo que el billonario, transfóbico y absurdo, quería que viera. Pero lo hice también porque no podía con la manera en la que esa plataforma, mucho antes de que llegara Musk, nos convenció de que nuestra opinión siempre era relevante. Sin importar si era buena o mala, si tenía sentido o no, o si echarla en el mar de las redes dañaba a alguien no.
Lo hice porque de más en más no soporto los debates unilaterales.
Lo hice porque no creo que allá fuéramos mejores personas.
Lo hice porque me preocupa cómo de golpe pensamos que “una polémica en redes” era un síntoma del país, y que esas discusiones eran necesariamente importantes. Esto olvidando que solo un 10 % de los colombianxs (y podemos imaginar cuál es ese 10 %) está en esa red.
Justo el día en el que empezaron los anuncios de personas y medios que dejaban X, estuve en un evento con colegas de varios medios de Latinoamérica y, ahí, nos preguntaron sobre las redes y su rol democrático. Quise dar una respuesta que no supe dar, pero que era un resumen de este video genial que sacó Philosophy Tube, y que dejo por acá.
Alejandro Gómez Dugand, director de La Liga.