62 | La mentira es la única certeza sobre Pegasus
En esta nueva entrega, Jonathan Bock explora las verdades incómodas detrás del uso del software de espionaje Pegasus, una herramienta utilizada para espiar a periodistas y defensores de derechos.
Por Jonathan Bock, director de la FLIP.
La única certeza que tenemos sobre el software Pegasus, tal vez la herramienta más poderosa para infectar teléfonos y acceder y espiar toda su información, es que tanto los estados que la compran, como la compañía israelí que lo vende, mienten.
La evidencia de su uso en diferentes países, sin embargo, es abultada: se calcula que por lo menos 50 mil teléfonos de periodistas, defensores de derechos humanos y activistas, han sido infectados con la tecnología de espionaje de teléfonos celulares más avanzada del mundo. Un número gigante de teléfonos a los que, una vez infectados, no solo se puede leer toda la información, sino además activar la cámara, prender el micrófono: todo para poder acumular información de personas espiadas.
Sin embargo, presidentes, ministros y directores de las agencias de inteligencia repiten que no es cierto. Que ellos no la han comprado. Que ellos no la utilizan con fines diferentes al de perseguir al crimen organizado. Lo poco que sabemos es gracias a las investigaciones realizadas por periodistas y por organizaciones que muchas veces, forzados a un designio cruel, deben investigar cómo terminaron convertidos en blanco de vigilancia. Han pasado ocho años desde que se denunciara el primer caso y la verdad sobre el uso, alcance y responsables es inalcanzable. Se ha tratado de perseguir la sombra del viento.
Por eso no sorprende que la primera reacción del expresidente Iván Duque fuera decir que no era cierto, que su gobierno no adquirió Pegasus. Así lo ha dicho en dos ocasiones. La primera, en marzo de este año, cuando el periódico digital israelí Haaretz, advertía que Colombia había pagado, en el año 2022, trece millones de dólares en efectivo, con dinero incautado al narcotráfico. La segunda negación ocurrió hace una semana, después de que el presidente Gustavo Petro leyera —en horario prime de la televisión, y con un paro camionero de tres días que empezaba a paralizar a todo el país—, un documento reservado de la inteligencia financiera israelí. Según esa información a mediados de 2021 la Dirección de Inteligencia de la Policía (Dipol) pagó en efectivo 11 millones de dólares para adquirir el programa informático israelí.
Colombia ha vivido, al menos, cinco décadas bajo una permanente sospecha de vigilancia estatal, lo que ha dejado profundos efectos psicológicos, sociales y políticos en diferentes sectores de la ciudadanía. Esta vigilancia es como una sombra invisible que persigue a personas a las que la sombra de las dudas les oscurece cada movimiento. Defensores de derechos y periodistas a los que noticias como la de Pegasus les recuerda que nunca están solos, incluso en su soledad más profunda.
Un fantasma que empuja a la autocensura, que los obliga a ajustarse a las normas y expectativas sociales, limitando la libertad de expresión, la creatividad y cualquier posibilidad de emitir opiniones contrarias o arriesgadas.
El último, o el penúltimo, caso de vigilancia ocurrió a finales del 2019, cuándo el periodista Ricardo Calderón descubrió que una unidad del Ejército de Inteligencia y contrainteligencia realizaba perfilamientos. Los blancos, nuevamente, fueron centenares de periodistas, políticos, y defensores de derechos humanos. El objetivo era determinar perfiles buscando patrones en sus opiniones, su trabajo, y sus interacciones en redes sociales. Han pasado cinco años y la Fiscalía no tiene aún un listados de víctimas, una hipótesis y mucho menos una estrategia que permita investigar a los responsables. Así como ha ocurrido en todos los otros casos de vigilancia, la desidia institucional termina pavimentando la impunidad.
El presidente Petro ha hecho una acusación que de confirmarse moverá los cimientos del país. Pronto podremos saber si se trató de una denuncia que por falta de pruebas termina siendo un acto de fe. O, si por el contrario, el Estado colombiano rompe con ese pacto que durante décadas nos ha condenado a normalizar la vigilancia y al hecho de que la vigilancia sea una parte inevitable de nuestra vida cotidiana.
¿La mata que mata?
La hoja de coca es un tema que sigue marcando la historia de las zonas más afectadas por el conflicto. Desde las promesas de legalización hasta su viralización en redes sociales, la coca sigue siendo el eje de disputas, economías ilícitas y políticas que no logran aterrizar. Hoy les recomiendo tres trabajos que ahondan en las discusiones alrededor de esta planta.
Oro y coca: la maldición de la guerra en las selvas de Putumayo
Vorágine investigó cómo los grupos armados Los Comandos de Frontera y el frente Carolina Ramírez, convirtieron al Putumayo, Caquetá y Amazonas en un escenario de guerra. ¿Qué es lo que está pasando ahí? Ambos grupos se disputan el control de la minería ilegal y los cultivos de coca en la región.
La coca legal: una promesa del Gobierno a la que le falta mucho trecho
“Del dicho al hecho, hay mucho trecho” es la frase que mejor le queda a los planes que tiene el gobierno Petro de abrir un mercado legal para la hoja de coca. Aún hay muchos obstáculos y en este reportaje Mutante habla de cómo a pesar de las múltiples propuestas que hay sobre la mesa sigue sin haberse iniciado algún proyecto al respecto.
El fenómeno de los cocaleros influencers y cómo evaden el algoritmo y a los grupos armados
El mes pasado en La Liga publicamos este reportaje en el que encontramos que hay una nueva generación de creadores de contenido que hace videos sobre su vida trabajando en cultivos de coca de distintas zonas del país. En estos videos se pueden ver los campos con cultivos y los laboratorios, lo cual genera miedo ante consecuencias como el cierre de sus cuentas o que los identifiquen grupos armados.
Nicoll Fonseca, gestora de redes.
Yo recomiendo… saber de X (y Elon Musk) más allá de usarlo
Desde el pasado 31 de agosto en Brasil no se puede acceder a X. El Tribunal Supremo dictó la suspensión de la actividad de esa red social, propiedad del multimillonario Elon Musk, después de incumplir una orden que obligaba a X a nombrar un representante legal en Brasil. Musk se cree el rey del mundo, ya lo sabemos.
Pero la decisión estuvo precedida por una pelea abierta de Musk con el juez del Tribunal Supremo, Alexandre de Moraes. El antecedente fue que el juez ordenó a X cerrar varias cuentas relacionadas con la extrema derecha por difundir información falsa durante las elecciones presidenciales de 2022 y el ataque al Congreso brasileño en enero de 2023. Y desde entonces Musk no ha hecho más que atacar y cuestionar a De Moraes, y claro, no cumplir nada de lo que le piden.
El cuento es largo y, por momentos, enredado, y nos pone a preguntarnos sobre el poder que han ganado las plataformas de redes sociales, que en muchos países operan sin ninguna regulación o donde no existen marcos legales que puedan aplicarse. También hay una tensión ahí entre las posibilidades de censura y, al mismo tiempo, preguntas sobre la exacerbación del odio, la desinformación, las mentiras que tanto aprovechan redes como X.
Por eso, paso a recomendarles algunos contenidos para enterarse de qué va el rollo y más contexto:
Para empezar
Brasil es el país con el quinto mayor número de usuarios de internet en el mundo con al menos 22 millones de cuentas de X. Entonces, qué implica la prohibición de X en ese país y qué va pasar ahora. Todo muy clarito y explicado en esta publicación del portal Maldita.es que replica un artículo escrito originalmente en inglés en The Conversation por Tariq Choucair, investigador Postdoctoral Asociado en Centro de Investigación de Medios Digitales de la Universidad Tecnológica de Queensland.
¿Y la extrema derecha qué tiene que ver?
En esta entrevista con Pública, la primera agencia de periodismo investigativo de Brasil, la abogada y activista de los derechos digitales Estela Aranha explica por qué considera que Musk está comprometido con la extrema derecha mundial y cuenta qué estrategias están usando para componer una narrativa de censura. Está en portugués, en versión escrita y en audio.
El negocio de la desinformación
El Hilo, el podcast de Radio Ambulante Estudios, analiza el caso de Brasil, como parte de una disputa que crece en varios países sobre las prácticas de redes sociales que desafían las regulaciones nacionales para favorecer sus intereses, amparándose en discursos sobre la libertad de expresión.
Guerra fría: el G7 de las apps desafía a los Estados
En ese contexto más global, este artículo de Connectas analiza varios episodios que muestran los enfrentamientos entre los magnates tecnológicos y algunos gobernantes y sus implicaciones: Elon Musk (X) contra Lula en Brasil; Mark Zuckerberg (Meta) contra Joe Biden en Estados Unidos o Pavel Durov (Telegram) contra Emmanuel Macron en Francia.
Jeanneth Valdivieso Mancero, editora y coordinadora periodística.
Un kiwi* reflexiona… sobre el fútbol femenino (se recomienda precaución)
[*N. del K.: Para quienes no lo sepan, ‘Kiwi’ es la manera en la que se refieren a las personas que, como yo, nacimos en Nueva Zelanda. Y por si tampoco lo sabían, el Kiwi, un ave de 45 centímetros de alto, es el ave nacional de mi país]
El juego por la igualdad en el fútbol no solo se juega en Colombia.
Este mes, Colombia es la sede del Mundial Femenino Sub-20, donde las mejores futbolistas de 24 países se reúnen para patear una pelota en una cancha de césped. Y es un gran evento. Unas 39.000 personas asistieron al partido inaugural entre Australia y Colombia en El Campín, en Bogotá.
Pero desde sus inicios, el fútbol femenino ha sido más que simplemente patear un balón. Desde los salarios y patrocinios hasta la cobertura mediática y los problemas de abuso sexual y sexista, el fútbol femenino está profundamente ligado a los movimientos por la igualdad y la justicia de las mujeres.
Esta semana, Bogotá también tuvo el honor de recibir al equipo neozelandés de la Copa Mundial Sub-20, incluido una vieja amiga mía que es la entrenadora de porteras. Al conocer el trabajo de La Liga sobre fútbol femenino en Colombia, tenía esto en mente cuando tuve la oportunidad de charlar con ella para saber si la situación en Nueva Zelanda es tan mala como Colombia para las jugadoras de fútbol.
Según mi amiga, sí. Primero que todo, me contó: “los medios en Nueva Zelanda casi no nos cubren, ni siquiera al equipo femenino que jugó en los Olímpicos”.
Este ha sido un gran problema en Colombia también, donde los medios deportivos se concentran casi exclusivamente en el fútbol masculino.
A medida que avanzaba nuestra conversación, no le fue difícil a mi amiga darme ejemplos de cómo la Federación Neozelandesa también falla en apoyar adecuadamente el fútbol femenino. Cosas como salarios, pagar para que las jugadoras tengan campamentos de entrenamiento y proporcionar suficiente personal. Elementos que no son problema en el fútbol masculino. “Habiendo jugado a este nivel y ahora como entrenadora, sé que las chicas a veces no se sienten igualmente valoradas por la Federación”.
Luego hablamos del Mundial Femenino de 2023, organizado en Nueva Zelanda y Australia, y de todas las promesas que se hicieron para mejorar el estatus del fútbol femenino en el país. La mayoría de las cuales aún están por cumplirse.
Así que mi pregunta fue: “¿Ves que el fútbol femenino pueda ser igual al masculino pronto?”. Y como buena feminista, su respuesta no fue uno sino dos pasos más allá de la igualdad. “El objetivo no es la igualdad, al menos no en todos los sentidos”. Mi amiga me explicó que, aunque sí queremos que las chicas ganen bien, tengan las mismas oportunidades para entrenar y reciban más cobertura mediática, “el fútbol masculino se ha convertido en una herramienta del capitalismo. Así que deberíamos empujar el fútbol femenino hacia otra dirección”.
Timothy O’Farrell, redacción.
A usted, que llegó hasta acá… ¿El periodismo para qué?
Esta semana volví a un salón de clases. No lo hacía desde antes de la pandemia, al menos no para tener un curso sostenido por más de unos días. Les confieso que es algo que extrañaba muchísimo: esa tensión tan maravillosa que uno tiene con un salón lleno de gente que espera lo mejor de uno. Me gusta, digo, el lugar al que me lleva el reto de ser interesante para personas que sueñan con dedicarse a lo que uno hace. Y me gusta, también, porque hablar con estudiantes me obliga a pensar y, sobre todo, a repensar, antes de hablar. Así que es posible que las conversaciones que tenga con ese grupo de estudiantes del Diplomado en Periodismo Digital de la Utadeo terminen colándose acá, como una suerte de un diario del extrañamiento de volver a dar clases.
Esta semana tuve ya mi primer momento extraño. Armando la primera presentación de clase, en el que hacemos un recorrido por el estado actual de los medios, me vi pintando ese panorama terrible de quiebras financieras, crisis de credibilidad y violencias a las que se enfrenta el periodismo nacional. Un panorama real, sin duda, pero también una manera terrible de terminar una primera clase con un grupo de gente joven que pagó una matrícula y que se quiere dedicar a esto.
Recordé entonces que hace unos años, cuando empecé a dar clases, hacía en la primera clase una suerte de manifiesto sobre lo que creía que era el periodismo. Entré en mi archivo y lo encontré. Acá les transcribo las notas.
El periodismo es memoria: Es el primer borrador de la historia, como dijo Camus. Documenta los hechos de manera directa, sin intermediarios. No es una versión final, pero es la base sobre la cual se construirá la memoria colectiva. El periodismo es también un registro emocional de lo que nos acontece como sociedades.
El periodismo es marginal: Siempre debería buscar ver ahí donde los poderes se niegan a mirar y en eso el periodismo latinoamericano y las gran crónica roja de Ximénez y Don Upo en Colombia fueron brillantes: en señalar a los señoros de arriba cómo era que realmente vivían las víctimas de su proyecto de modernidad. Hoy, sin embargo, no basta con mirar hacia abajo. Es urgente contar las clases altas, a quienes concentran el poder y controlan las narrativas. Es el momento de la crónica roja sobre ricos.
El periodismo es político: Todo periodismo toma una postura, así el periodismo anglo —y tan anglicano— se niegue a aceptarlo. Si no desafía estructuras, si no cuestiona el poder, es solo anécdota y vanidad. El periodismo que evita lo político es vacío y trivial.
El periodismo es antipoder: El poder no es solo el gobierno o las instituciones. El poder está en cualquier acto de dominación, desde un abuso de autoridad hasta una agresión en la calle. El periodismo debe exponer todo acto de control y opresión, sin importar su origen.
El periodismo es criollo y sudaca: En Colombia y en Latinoamérica en general, es momento de dejar de mirar solo hacia fuera. Y dejar de citar a tanto Tom Wolf, tanto Capote y tanto Talese y recordar, más bien, que de acá fueron Germán Castro Caycedo y Roberto Walsh.
El periodismo es punk: Es rebelde, confrontacional. Como The Clash y Bikini Kill. A pesar de que los medios hegemónicos se han apropiado de la imagen colectiva que tenemos del periodismo, la realidad es que la inmensa mayoría de los medios de nuestros países fueron bastante anarcos, fanzineros y DIY. Mucho más tijera, pegante y máquinas rizzo que grandes imprentas. Más radios comunitarias e indígenas emitiendo a pesar de todo.
El periodismo es rápido: El buen periodismo es noticia. Así nos toque hacer una historia en minutos o en meses, lo que digamos tiene que sentirse siempre urgente.
El periodismo es música: Y ‘El mal querer’ de Rosalía es más que un álbum; es una historia contada en múltiples niveles y formatos. Así debe ser el periodismo: una experiencia completa, no solo palabras.
El periodismo es queer: No cree en fronteras rígidas ni categorías fijas ni en géneros. Es fluido, siempre en movimiento. Rompe con las convenciones y desafía las estructuras impuestas. No acepta las etiquetas tradicionales.
El periodismo es bastardo: No se debe a ninguna tradición en particular. No tiene lealtades con las formas establecidas ni con grandes nombres del pasado. Su naturaleza es desafiar, destruir y reconstruir. El periodismo que sigue reglas obsoletas que piden invertir pirámides y contestar Ws está condenado a desaparecer.
El periodismo es reinvención: El cambio no es opcional. El periodismo siempre ha tenido que adaptarse, y de esta crisis también sabremos salir.
El periodismo es valiente: Porque nada más valiente que contar historias. Hacerlo es un acto de coraje. Contar la verdad, en un mundo que busca suprimirla, es lo más extraño que puedes hacer. Y lo más necesario.
Me gusta el optimismo naif y cursi del yo del pasado que escribió eso. Me cae bien: lo extraño un poco. Llevo un par de años habitando demasiado un lugar de crisis frente a este oficio. Por eso me gustó volver a leer eso, y decirle a mis estudiantes que felicitaciones: que aplaudía sus ganas de ser periodistas a pesar de todo.
Alejandro Gómez Dugand, director de La Liga.