44 | Encontrar un desaparecido (feat. #ElNuiséter070)
6402 es el número que atormenta a Colombia, pero esta semana, después de 16 años apareció Óscar Alexander Morales Tejada. Este editorial va en memoria a él.
6402 es el número que atormenta a Colombia, pero esta semana, después de 16 años apareció Óscar Alexander Morales Tejada. Este editorial, publicado originalmente en el boletín de nuestro medio aliado Cerosetenta (pueden suscribirse aquí), va en memoria a él.
Esta semana apareció un desaparecido y esa es una noticia que nos debe importar a todxs. Se trata de Óscar Alexander Morales Tejada, desaparecido desde 2008. Es el final de una búsqueda. Esa que arranca cuando la desaparición de una persona rompe en dos la vida de sus familiares, víctimas del acto violento de borrar a alguien. A todxs debería importarnos, pero esta, en particular, me hizo retroceder en el tiempo.
Era el año 2014 y yo estaba dentro de un grupo de 33 peregrinos que buscaban a Óscar Alexander. Acompañaba a su madre, Doris Tejada, y a su padre, Darío Morales, en su primer viaje al cementerio de El Copey, en el César, donde sabían que su hijo había sido enterrado como NN y “falso positivo” en 2008, el año en que estalló el escándalo. Son diez años desde que estuve con ellos en ese lugar: un lejano 2014 en el que aún no conocíamos la cifra de las 6402 ejecuciones extrajudiciales de colombianxs inocentes cometidas por militares y presentadxs ante sus superiores como ‘positivos’.
Doris era, en ese entonces y hasta ahora, la última de las madres de Soacha que faltaba por encontrar los restos de su hijo.
Me acuerdo del cementerio: un lote de cinco hectáreas que servía de patio trasero del pueblo. Un potrero lleno de basura, zancudos y cerdos que caminaban entre maleza y lápidas de cemento. Todos los alcaldes de El Copey querían construir encima del cementerio, taparlo con cemento. Todo a pesar de que es una fosa común desde 1996, cuando el conflicto armado se tomó El Copey y no quedó más lugar para enterrar los cuerpos que nadie reclamaba o que no se podían identificar. En el 2020, de hecho, la JEP tuvo que imponer medidas cautelares sobre el cementerio porque, durante la pandemia, el alcalde de turno quería enterrar ahí a los muertos por COVID-19.
Jacqueline Castillo, una de las líderes del colectivo Madres de Falsos Positivos (MAFAPO) de Soacha, me contó que fueron muchas las medidas cautelares que ellas, MAFAPO, tuvieron que poner para proteger el cementerio. Y que hasta que no exhumaron el último cuerpo de ese terreno “no quedamos tranquilas”.
Esta semana se supo que además de los restos de Óscar Alexander, la Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas encontró los restos de otras 61 personas.
“Han exhumado demasiados cuerpos. Demasiados. Y esperar ahí, a ver si de pronto... tener la suerte de que ellos lograran, entre tantos, tener la dicha de que fuera uno de los primeros identificados, pues nos dio mucha motivación", dice Jacqueline. “Lo veíamos un poco remoto”.
Doris Tejada buscó a las Madres de Soacha justo después de enterarse que el Ejército había reportado a su hijo Óscar Alexander como “delincuente dado de baja en combate”. Aunque ella no es de Soacha, sino de Fusagasugá, Doris estaba convencida de que su hijo también era un caso de “falso positivo”. Jacqueline cuenta que las contactó por Facebook.
“Luchar sola tal vez era un poco más difícil. Por eso fue que nos buscó, para que nosotras le acompañáramos en esta búsqueda”, dice.
Doris y Darío vendieron todo lo que tenían en Fusagasugá y se fueron a vivir a Soacha.
“Son una pareja divina. Desafortunadamente la desaparición de Óscar destruyó mucho de toda esa alegría. Pero de alguna manera, estuvieron juntos hasta el sol de hoy. No en los espacios, porque don Darío siempre se dedicó al resto de quehaceres y le dio la libertad a ella para que pudiera seguir trabajando con nosotras todo el tiempo”, dice.
Hace 10 años, en medio de ese viaje de peregrinación para buscar a su hijo, Doris y Darío llevaban un mapa que dibujó el CTI cuando hicieron el levantamiento de cadáver de Óscar Alexander, el 17 de enero del 2008. Era a las afueras de El Copey, cerca al río El Reposo que le da el nombre a la vereda. Hasta allá fuimos con el resto de los peregrinos.
El Reposo, se llama el río.
Me acuerdo de un Caracolí de más de 40 metros de alto y por lo menos dos metros de diámetro —gigantesco— que tenía todavía en su tronco los vestigios de los tiros que dispararon los militares del Batallón La Popa el día que mataron a Óscar. Me acuerdo que Darío se transformó cuando vio la señal de los disparos y comenzó a cavar allí un hueco con todas sus fuerzas, abriéndose camino entre el suelo húmedo con una pala, las lágrimas confundidas con el sudor.
Doris lo miraba con los ojos llorosos y un “caballero de la noche” en cada mano. Se trata de un arbusto que suelta un perfume cuando florece en las noches y que los padres de Óscar Alexander escogieron para sembrar en este lugar.
“Dorita, ¿por qué no reza un Padrenuestro?”, le gritó Darío.
Después de sembrar el primero, Darío siguió hasta el otro punto que señalaba el mapa, midiendo los metros que se sabía de memoria con las zancadas de sus piernas. Parecía no importarle nada más que terminar con la tarea. Visiblemente agotado, separó a Doris del grupo y se la llevó hasta el sitio donde estaba el cuerpo de Óscar en el mapa, le pidió que se agachara y con una pequeña cámara le tomó una foto.
En el bus, de regreso a Bogotá, Doris se veía distinta, aliviada. “Pude descansar un poco en mi corazón", me dijo en ese momento. “Ahora sé que faltan poquitos días para recuperar su cuerpo y para que esto no se quede en la impunidad”.
Esos poquitos días fueron 10 años más: 16 años en total para alcanzar este momento. Fueron 16 años pero por fin está a punto de recuperar el cuerpo de su hijo.
Jacqueline Castillo dice que el tiempo que ha pasado se nota, que ve a las madres más “deterioradas, enfermas, acabadas” y que de las 19 que empezaron hoy quedan sólo 11. Y dice que a pesar de los logros que han conseguido, la lucha no ha terminado.
“Hubiésemos podido decir ‘bueno, lo logramos, limpiaron el nombre de nuestros familiares. Ya como que nos dimos por bien servidas’. Pero esta lucha abandera a más de 6402 jóvenes que fueron asesinados bajo esta práctica sistemática que no se puede quedar en el olvido, que hay que seguir mostrando. Entonces pienso que todavía hay mucho camino por recorrer y no permitimos que esto se olvide porque se puede volver a repetir”.
Natalia Arenas, directora de Cerosetenta.
Tres lecturas para esta semana
¡Buen martes, queridxs lectorxs! Esta semana quise darle prioridad de recomendación a tres lecturas de medios aliados que plantean discusiones muy relevantes para el momento. Una está relacionada con el ejercicio de memoria histórica en Colombia alrededor del conflicto armado, otra con el impacto económico que traen los macro festivales y eventos culturales en la región y, por último, otra mirada sobre el cambio climático y cómo abordarlo en nuestro país desde un enfoque socioeconómico.
¿El conflicto armado empezó mucho antes de lo que teníamos pensado?
El Centro Nacional de Memoria Histórica modificó sus bases de datos para incluir los hechos de violencia a partir de 1944 y no desde 1958 como se venía haciendo hasta ahora. Esta decisión busca incluir episodios anteriores al Frente Nacional y abrió un debate entre algunos expertos, que manifiestan su preocupación por la escasez de fuentes anteriores a 1958, y académicos que respaldan la ampliación de estas fechas.
En este texto de Laura Rudas publicado por Rutas del Conflicto nos explican las implicaciones de este cambio.
Festival que se anuncia, banco que se lucra
El auge de los macrofestivales en Colombia ha generado un negocio que despierta preocupaciones sobre su impacto en las economías y escenas musicales locales. ¿Cuál es el impacto real de este tipo de eventos? ¿Quiénes son los mayores beneficiarios de las ganancias? ¿Cómo está actualmente el ecosistema de la industria musical en Colombia?
Cerosetenta entrevistó a Nando Cruz, autor de ‘Macrofestivales: el agujero negro de la música’, y aquí cuenta cómo estos eventos buscan expandirse y beneficiar a grandes bancos sin importar las desigualdades entre artistas locales e internacionales y generando a la economía local una dependencia de capital extranjero.
¿Qué tiene que hacer Colombia frente al cambio climático?
El Malpensante entrevistó a Robert S. Pindyck, economista y profesor del MIT, quien habla de la gran probabilidad de que las emisiones de gas que generan el mayor impacto del cambio climático continúen en aumento. Esto es algo que, sí, hemos venido escuchando en las últimas décadas. Sin embargo, el factor diferencial de esta entrevista es que Pindyck plantea un escenario de múltiples estrategias de adaptación (como la geoingeniería solar) para contrarrestar los efectos negativos de esta problemática ambiental.
En cuanto a las políticas de cambio climático para países en desarrollo, Pindyck sugiere que la prioridad debería ser el crecimiento económico y la reducción de la pobreza, sin tener que invertir demasiado en la reducción de emisiones. Reconoce que países como Colombia tienen emisiones realmente bajas y que deberían centrarse en estrategias de desarrollo sostenible que reduzcan la vulnerabilidad al cambio climático. Lee la entrevista completa aquí.
Nicoll Fonseca, gestora de redes.
Yo recomiendo: Un grito en el vacío
Abrí mi cuenta de Twitter en septiembre de 2014. Lo recuerdo claramente porque lo hice para reportar, desde la Franja de Gaza, la entrega humanitaria del gobierno ecuatoriano al pueblo palestino tras los ataques de Israel. No entendía muy bien cómo funcionaba esa red y en ese momento no importaban tanto como ahora los likes y retuits. Yo solo quería registrarlo. Ahora entiendo menos desde que el magnate Elon Musk lo volvió X,
Sigo ahí porque me funciona para estar al tanto de noticias de coyuntura y novedades, para leer opiniones de temas, pero ahora siempre termino enredada en tendencias que no me interesan y leyendo a gente que no conozco ni sigo. La última semana me he pasado mirando perfiles que sé con seguridad que no sigo, pero que sin embargo aparecen en mi timeline. Sé que es infructuoso, pero una y otra vez abro los tres puntitos (...) a la derecha del perfil metiche y escojo: “No me interesa este post”. Me dice X que “gracias” que usarán mi interacción para que mi timeline sea “mejor”, pero no les creo. Quisiera que los algoritmos, las plataformas dejen de recomendarme cosas.
Me gustan las recomendaciones cuando vienen de personas que conozco o a las que creo, cuando escucho algo que me interesa y lo busco, incluso también sigo a gente que no me gusta nada, pero quiero saber cómo opina, como para no vivir en la burbuja siempre. X, Musk, quiero elegir, no que elijan por mí. ¡Paren!
Y tal vez no paren y yo termine dejando X y ya. Quien sí quiere (y hasta podría) parar a Elon Musk es el juez brasileño Alexandre de Moraes, que ordenó a la compañía eliminar perfiles de X acusados de difundir noticias falsas y diseminar el odio en Internet, y enseguida se cazó una pelea con Musk y su amigo Bolsonaro que salió a defenderlo. Musk atacó a De Moraes y amenazó con restaurar los perfiles de políticos e influencers de extrema derecha bloqueados por los tribunales. Ahora Musk será investigado en Brasil por posibles delitos de obstrucción a la justicia e incitación al crimen. El tema está abierto.
Todo este cuento largo para recomendarles (si son de los pocos colombianos —menos del 10 % de la población— que tienen X-Twitter), tres cuentas variadas:
@Aspirar_al_uno, un profe de Filosofía de bachillerato, al que sigo porque de algún modo me recuerda que no todo son noticias en Twitter y que habría querido tener un profe así en el colegio.
@Banrepcultural, la cuenta del Banco de la República que divulga los eventos que realizan en 29 ciudades, pero que también suelta posteos curiosos sobre la cultura.
@mamifisicamr, la física influencer española con la que entendí (¡por fin!) qué es “mercurio retrógrado”. Ella quiere que todo el mundo entienda de física porque está en todas partes. Y lo hace genial. En La Liga somos fans. Está en otras redes también, pero yo la conocí en X.
Jeanneth Valdivieso Mancero, coordinadora periodística y editora.
A usted, que llegó hasta acá… Periodismo del corazón
Esta semana Blu Radio fue noticia (a pesar de ellxs mismxs, de nuevo) y como regla general no me debería importar ni tampoco a ustedes.
No sólo eso: fue noticia porque se agarraron con Mr. Taxes (and costumes), quien goza ya de un fervor de admiración inédito (yo, incluído) y, justo por eso, menos debería importarnos y justo por eso no debería gastar golpecitos de teclado a lo que pasó.
Y sin embargo.
No voy a resumir el chisme porque se merecen verlo en vivo acá. Pero del agarrón entre Reyes (#DameUnxHijx que le hacemos leche kefirada juntxs) y Sebastián Nohra hubo algo de lo que me quedé colgado: la idea del “periodismo del corazón”. Lo dijo Reyes, como insulto, y Nohra lo entendió como la peor de las humillaciones.
A mí, en cambio, eso de “periodismo del corazón” me encantó. Like. X2.
No hay un periodismo que me interese más que ese que pasa por ese músculo al que durante siglos hemos arropado de símbolos de todo cuanto entendemos bondadoso.
El corazón como símbolo de lo que nos hace humanxs.
El corazón, digo: el órgano que se nos rompe, que nos duele y que nos emociona. Ese lugar donde nos hacemos innegables en la tristeza y la indignación. El periodismo de lo que no se chequea.
Porque lo que ahí duele, duele.
Porque lo que ahí falta, falta.
Y por eso invitamos a Natalia Arenas a compartir su #Niusléter070 en nuestro #BoletínLiga.
Y voy a cometer el peor de los pecados. Voy a sustentar todo esto desde una falacia etimológica y voy a decir esto:
Que “corazón” y “recuerdo” comparten la misma raíz latina: cordis. Que recordar es regresar por la cuerda, pero pasando por el corazón. Y que en “recordar”, eso que al final es la mejor definición de este oficio que no hace otra cosa que llegar tarde para lograr dar cuenta de que lo que pasó nos debió doler, hay una bondad que de golpe en este oficio que celebra datos y premios olvidamos.
Que lo que tiene corazón es lo único que amerita los golpes de mi teclado, creo.
Alejandro Gómez Dugand, director de La Liga.