41 | Moldear las llamas para los lectores anfibios
Ahora que estamos en fechas de Filbo, invitamos a Santiago Erazo de El Malpensante a reflexionar sobre los libros y lo que representan. ¡Léelo aquí!
41 | Moldear las llamas para los lectores anfibios
Por Santiago Erazo, editor de El Malpensante
A finales del año pasado, Hernán Casciari, escritor y director de la revista Orsai, prendió una chispa en los frondosos campos de trigo de internet. Poco antes de que terminara la entrevista que le concedía al periodista argentino Pedro Rosemblat en la plataforma digital Gelatina, Casciari dijo: “Yo no creo en la literatura, ni mucho menos que se lea”.
Las briznas poco a poco fueron encendiéndose a medida que continuaba la conversación: “Decirle a un chico de siete u ocho años que tiene que estar tres, cuatro horas mirando para abajo con todos sus sentidos concentrados en una sola cosa, que encima es un papel con tinta en donde un tipo te quiere explicar cómo es la cara de un personaje... ¡pobrecito!”. En las postrimerías de su intervención ya se podía ver el incendio en el horizonte. Y las llamas de una tesis inflamable, que le declara la muerte a la literatura y, en general, a la lectura, eran las mismas flamas de las antorchas que cientos de personas blandían en X con el deseo de mandar a la hoguera al escritor argentino.
Quizá sus palabras levantaron tanta ampolla por el lugar de enunciación de las mismas. Casciari es el creador de una rara avis en el mundo de los medios culturales, una quijotería insólita llamada Orsai, la revista impresa argentina que surgió gracias al colchón de lectores que Casciari fue granjeándose en su blog durante la primera década de 2000 y que le ha huido radicalmente a la publicidad para sostenerse. Incluso la revista ha rechazado ofertas jugosas, como la que le hizo un grupo amplio de kiosqueros argentinos tras la publicación en Orsai de la última entrevista que daría el Indio Solari: comprar cincuenta mil ejemplares para vender por toda Buenos Aires. Fiel a su estoicismo editorial, el director de la revista se negó a imprimir más de los seis mil ejemplares consuetudinarios de Orsai solo por razones comerciales.
Era extraño entonces –era indignante, dijeron varios– que una figura literaria de ese calibre, alguien que había logrado reunir voces cardinales de la literatura y el periodismo latinoamericano, renunciara a darle un valor actual a los libros y a todo lo que va creciendo en sus extramuros. Pero también era notorio que la contradicción dictaba, al menos en parte, una resolución evidente: Casciari, mago del marketing —hay que ver sus newsletters y sus originales campañas publicitarias— había embadurnado sus palabras con queroseno. De seguro sabía que algo iban a producir, que allí habría un rédito mediático y que de todas las formas del fuego, se encendería al menos una fogata en las redes sociales. También hay que decir que aquella diatriba improvisada cobra sentido pensando en la forma como ha ido cambiando el modelo Orsai: paulatinamente las publicaciones impresas le han dado paso a varios proyectos audiovisuales ambiciosos, como la versión cinematográfica de la gran novela de Pedro Mairal La uruguaya o Muchachos, un documental sobre la victoria de Argentina en el pasado Mundial de fútbol vista desde el lente de los propios hinchas.
El pesimismo de Casciari, en todo caso, tiene un claro asidero. Sabemos que los libros están perdiendo la guerra de la atención frente a los teléfonos celulares y los computadores, y sabemos que la sobrestimulación de las pantallas y de la gratificación inmediata están moldeando radicalmente nuestra forma de aproximarnos a la realidad. Pero lo que quizá se esté dejando de lado en esta discusión es la pregunta constante que los libros y la lectura en general nos plantean sobre nuestra relación con el lenguaje. Lejos de ser meros anticuarios de papel donde hay historias encerradas, escritas de forma engorrosa y antieconómica —como lo sugiere Casciari en otro momento de su entrevista con Pedro Rosemblat—, los buenos libros son una revancha contra los lugares comunes patrocinados por el mal periodismo; contra el maniqueísmo y los reduccionismos de las discusiones ligeras; contra la permeabilidad de las modas culturales; contra las palabras edulcoradas de los discursos políticos, y contra lo que el escritor Damián Tabarovsky llama “la tortura de la lengua”: cómo la lengua en Latinoamérica se quiebra por los binarismos de los medios de comunicación tradicionales y de amplios sectores económicos.
Los buenos libros son la promesa de miradas convexas y futuros inadvertidos. Son la conjura de lo efímero, pero también la valoración de nuevas evanescencias. Tal vez en el gesto de habitar todas las contradicciones propias de la lectura, esta pueda encontrar un espacio. Persistir en ella sabiendo que sigue y seguirá siendo vista con indeseables cantidades de romanticismo y esnobismo. Entender al tiempo su nado contracorriente en un mundo que ya no está hecho para ella y, a su vez, comprender que la forma como nos enfrentamos al lenguaje durante la lectura es difícilmente reemplazable. Saber que al lado de la hoguera pueden estar las tierras anfibias de los lectores que consumen productos digitales e impresos en sendas proporciones. Porque no es descabellado pensar que quienes cada vez habitan con más holgura el mundo virtual y su vértigo pueden levantar sus tiendas de campaña en ese otro vértigo de la lectura de largo aliento. Al final, en aquella divisoria de aguas de seguro va a brotar algo parecido al fuego, una llama que sea como esos fuegos fatuos que flotan en medio de los lagos y que, fruto de la combustión y el milagro, no se apagan.
Un lunes desayunadito
Puedes empezar tu lunes leyendo lo que han estado moviendo los medios aliados de La Liga mientras vas en el transmi hacia la u, o mientras te tomas el primer café del día antes de empezar a trabajar. Aquí te dejo tres trabajos: uno sobre la reforma pensional, otro de cultura y libros, y un último relacionado con la construcción de memoria en Colombia.
¡Buen lunes!
¿Dónde quedan los más jóvenes con la propuesta de reforma pensional?
El Congreso dio luz verde a 58 de los 94 artículos de la reforma pensional, pero lxs jóvenes tenemos muchas dudas frente a cómo funciona el sistema pensional. Desde 2019 hasta 2021 hubo un gran rechazo hacia las reformas pensionales y laborales, pero… ¿En qué estamos hoy? ¿Cómo funciona? ¿Cómo son los aportes?
Sí, soy una adulta chikita y no sabía muchas de las cosas útiles que cuenta Cuestión Pública en este reportaje. Ahí indagan sobre la responsabilidad que se nos ha delegado a lxs jóvenes de sostener un sistema pensional en un país en el que la estabilidad laboral es un privilegio para pocxs.
Los 70 de 070
Todavía no se ha acabado la Feria Internacional del Libro en Bogotá y eso quiere decir que todavía puedes encontrar a tu amor literario en la feria. Si estás perdidx y no sabes por dónde empezar o cuál podría ser tu próxima lectura, Cerosetenta te deja 70 reseñas de 70 libros considerados como novedades editoriales que podrás encontrar en la FILBO.
¡Imagínense hacer 70 reseñas! Valora el esfuerzo enorme que fue tenerlas listas para ti haciendo clic aquí.
Una búsqueda que se hereda
Entre marzo y septiembre de 1982, el F2 de la Policía Nacional, detuvo y desapareció forzadamente a trece personas. Entre ellas estaban ocho estudiantes de universidades públicas de Bogotá, a quienes acusaron de haber secuestrado y asesinado a los hijos del narcotraficante Jáder Álvarez.
En este reportaje, Consejo de Redacción cuenta el Caso Colectivo 82, en el que desde hace 40 años las familias de 11 de ellos aún no han encontrado respuestas.
Nicoll Fonseca, gestora de redes.
Yo recomiendo… tres libros que si encuentro en la FILBO los compro sin pensarlo
Recorrer la FILBO debería contar como la sesión de cardio de la semana. Pabellones y pabellones de libros buenos, de libros malos, de calcomanías y carnets de Betty de Ecomoda. Stands de afiches, una exposición terrible de Piratas del Caribe por cuatro mil pesos la boleta (yo ya lo hice para evitarles la experiencia), libros que se imprimen por miles y otros que a penas existen en cientos de copias. Tolstoi y libros de mandalas. La colección entera de El señor de los anillos (que en Planeta lo están regalando por cien mil pesos) y los carísimos pero maravillosos libros de editorial Caja Negra en la zona de los independientes.
Pero en medio de la oferta y la sobre oferta, hay tres libros que si encuentro, los compro sin pensar. Son libros raros, dificilísimos de conseguir. Y que no debería decirles porque, si realmente están en la FILBO, solo habrá un ejemplar. Así que el que lo encuentre, gana.
Al pie del volcán te escribo, de Alma Guillermoprieto
De este libro tengo dos copias en mi casa: una que conseguí en una librería de viejo en el centro de Bogotá y otro que lo robé a un ex jefe que espero que no lea este Boletín. Y sin embargo, si me lo cruzara en la FILBO, vuelvo y me lo compro. Este es un libro que reúne textos que Guillermoprieto escribió entre los ochenta y los noventa sobre las principales ciudades de Latam. Mis favoritos: el de Bogotá en el que cuenta cómo los vidrieros de Bogotá, en el año 92, ya no contestaban el teléfono para conseguir trabajo sino que prendían la radio para saber dónde habían puesto una bomba, y el de México que empieza con la escena de dos meros machos defeños llorando abrazados en un romance mariachi. Una joya.
El jefe supremo, Silvia Galvis y Alberto Donadío
Érase una vez una de las duplas más increíbles (y francamente poco celebradas) del periodismo colombiano: la valientísima Silvia Galvis (de quien tal vez quiera escribir en otro Boletín) y su esposo Alberto Donadío (uno de los padres del periodismo investigativo del país). Juntos escribieron varios libros, antes de que Galvis muriera prematuramente, pero ahora que un presidente anda declarando días cívicos en su cumpleaños, soñé con releer uno de ellos: El jefe supremo. Es un perfil detalladísimo de Rojas Pinilla, el populista militar de derechas que nombró parques y calles con su nombre, el de su hija y el de su esposa al son de matanzas y abusos de poder, es una lectura dramáticamente pertinente por estos días. Si lo ven, no lo piensen.
La Bruja, de Germán Castro Caycedo (pero la primera edición)
La Bruja fue un bestseller absoluto: recuerdo, como una postal de la infancia, ver este libro pirateado en todos los semáforos de la ciudad. Una de las obras más reconocidas del que, para mí, es el periodista más subvalorado de nuestra historia. Se trata de la historia Amanda, una médium que entre sus clientes tuvo a presidentes y narcos, y que termina siendo una excusa para contar a la Colombia de finales del siglo xx. El libro, además, cuenta el tras de escena de un chismononón: el matrinomio amarrado por Amanda entre “el hijo de un gobernador de Antioquia” y la “la hija de un presidente”: hoy sabemos que el matrimonio arreglado por la bruja es el de Miguel Uribe y Diana Turbay, padres del hoy senador Miguel (hijo) Uribe. Pero lo que pocos saben es que la primera edición de La Bruja tuvo que ser recogida para retirar varios nombres propios, luego de una demanda. Llevo una vida buscando una primera edición no censurada de ese libro, solo para guardarlo en casa como un tesorito.
Alejandro Gómez Dugand, director de La Liga.
A ti, que llegaste hasta acá… El enemigo no es la prensa
“Que se vayan, que se vayan. A los de El Tiempo no los queremos”, dice un hombre en el minuto 1:14 de este video durante la transmisión que hacía el corresponsal de ese diario en Barranquilla, Deivis López Ortega. Él y su colega, la reportera gráfica Vanexa Romero, denunciaron agresiones mientras cubrían las manifestaciones contra el gobierno Petro. Los insultaron, los intimidaron, les echaron cerveza, a López le arrebataron el carnet que lo identificaba como periodista del medio.
Casos similares denunció el recién nombrado director de RTVC, Hollman Morris. En su cuenta de X dijo que durante el cubrimiento de las marchas fueron agredidas cuatro reporteras: Narda Gómez y Luisa Barberi (Bogotá), Johana Niño (Bucaramanga) y Sayni Agámez (Barranquilla).
Agámez detalló que a ella y al camarógrafo que la acompañaba los empujaron, los insultaron, les tiraron agua y los obligaron a retirarse del lugar. “Nadie nos ayudó”, dijo.
Intento imaginarme la escena, trato de ponerme en su lugar y me aterra. ¿¡En qué momento esto se volvió normal?!
Envalentonadas las turbas —que solo respetan a quienes ven como iguales— salieron a las calles para “defender la democracia” y se les olvidó que la democracia también implica respetar a la prensa y garantizar su trabajo. Intimidar y agredir en masa a personas que solo están haciendo su labor me parece cobarde y peligroso. No es la primera vez. En un país tan polarizado como este, dependiendo del color político, también se ataca a la prensa que es vista como del otro lado, y no, no es normal: la prensa no es su enemiga.
Jeanneth Valdivieso Mancero, coordinadora periodística y editora.